Fecha: 20 de febrero de 2022

El día 22 de febrero celebraremos la fiesta de la Cátedra del Apóstol San Pedro. Se trata de una conmemoración litúrgica que ya se celebraba en Roma en el siglo IV porque la unidad de la Iglesia, que es un don del Señor, se edifica sobre la confesión de fe de Pedro, sobre su magisterio y sobre su gobierno. Por ello, esta celebración debería ser para todos los católicos una ocasión para renovar nuestra adhesión sincera al papa Francisco y a su magisterio. La unidad en torno a él es el único camino para que la Iglesia se mantenga unida y firme en medio de las dificultades que tiene que superar en cada momento de la historia.

La Iglesia no es actualmente una institución compacta en la que todos pensamos lo mismo. Vivimos un pluralismo de espiritualidades, de pensamiento teológico y de métodos pastorales mucho mayor que en el pasado. Éste, si no nos aleja de la fe común y no rompe los vínculos de la caridad entre nosotros, es enriquecedor para todos. Sin embargo, debemos reconocer que a menudo tenemos la sensación de que nos encontramos ante una situación de polarización ideológica entre las distintas sensibilidades que conviven en la Iglesia, y en algunos casos las diferencias pueden llegar a convertirse en divisiones.

La raíz de esta situación hay que buscarla en una inadecuada relación entre la fe y la propia ideología. La fe nace de una actitud de confianza en Dios y es la virtud sobrenatural que nos mueve a orientar totalmente nuestra existencia en dirección a Él y a no dudar de la veracidad de lo que nos ha revelado. Del mismo modo que cuando nos fiamos de alguien creemos lo que nos dice, los creyentes no dudamos de la verdad de la Revelación porque nos fiamos de Dios. Por ello, la fe es la virtud que configura la vida del creyente en todas sus dimensiones: su manera de actuar, de pensar y de sentir. Un creyente auténtico no absolutiza su pensamiento, sino que lo somete al juicio de la fe.

Desgraciadamente, hoy en día en algunos sectores de la Iglesia, se absolutiza la ideología hasta el punto de que el contenido de la fe se interpreta en clave ideológica y se eliminan, se olvidan o se ignoran aquellas dimensiones del cristianismo que no se someten a la propia manera de pensar, como algunas verdades de la fe o normas morales. También esta ideologización afecta a la celebración de la Iglesia: algunos reivindican una liturgia «tradicional» en reacción al Vaticano II; mientras que otros, para quienes el Concilio se quedó corto, convierten las celebraciones en expresión de unos sentimientos o ideales puramente humanos, olvidando que la celebración litúrgica es el lugar de la presencia del misterio de la Salvación que Dios ha realizado en Cristo.

En una situación como esta, el ministerio del sucesor de Pedro queda cuestionado: mientras que algunos creen que el Papa ya no garantiza la continuidad con la Tradición de la Iglesia y distinguen entre el ministerio papal y la persona que la ejerce, como si estas dos realidades se pudieran separar; otros piensan que la Iglesia necesita unas reformas que no acaban de llegar.

En esta situación, la fiesta de la Cátedra de San Pedro, que nos recuerda que la unidad en la Iglesia solo se alcanza en torno al sucesor del Apóstol y en la aceptación confiada de su magisterio, ha de ser una ocasión para que los católicos renovemos nuestra confianza en el papa Francisco, a quien, en la reciente visita ad limina, tuve la ocasión de reiterarle el afecto y la comunión de nuestra diócesis con su persona y su magisterio.