Fecha: 5 de junio de 2022

Con la solemnidad de Pentecostés, el tiempo de Pascua, durante el cual hemos celebrado la resurrección de Jesucristo, llega a su plenitud. El Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, tiene la misión de hacer de la Iglesia germen y semilla del Reino de Dios en nuestro mundo y de guiarla para que sea fiel a la misión que recibió de su Señor de anunciar el Evangelio a todos los pueblos. El día de Pentecostés la Iglesia, nacida de la Cruz y que en ese momento estaba formada por los apóstoles que, con María y otras mujeres y discípulos permanecían en oración, recibió el Espíritu Santo en toda su plenitud. Desde entonces, Él habita en la Iglesia, la colma de la totalidad de sus dones y carismas, y la guía y conduce a través de los tiempos en su camino hacia el Padre. En este momento, en el que estamos viviendo una experiencia eclesial de sinodalidad, es bueno que nos preguntemos por los signos de la presencia del Espíritu entre nosotros.

El Espíritu es, ante todo, Espíritu de santidad. La Iglesia no existe para buscar para sí misma la gloria y el poder de este mundo, sino para despertar en sus hijos el anhelo de la santidad. Los santos son los mejores miembros de la Iglesia, el tesoro más valioso que ella ofrece constantemente a nuestro mundo. Su vida y su testimonio, que nos hablan de la enorme fuerza renovadora que encierra el Evangelio, constituye el signo más claro de que el Espíritu Santo no la ha abandonado. Muchos de ellos son conocidos porque la Iglesia nos los ha propuesto como modelos a imitar. La mayoría, sin embargo, permanecen en el anonimato y, aunque solo Dios conoce el gran bien que han hecho, eso no significa que su vida haya sido irrelevante: gracias a su testimonio, el Reino de Dios se ha ido sembrando entre nosotros. Un cristiano que se deja conducir por el Espíritu es aquel que desea, ante todo, vivir en gracia y amistad con Dios, amando a todos y anhelando su salvación. Que la fiesta de Pentecostés despierte en todos los bautizados el deseo de la santidad.

Cuando Jesús prometió el Espíritu Santo a sus discípulos, se refirió a Él como “Espíritu de la Verdad” y describió su misión con estas palabras: “os guiará hasta la verdad plena” (Jn 16, 13). Vivimos en una cultura en la que el deseo de alcanzar la verdad ha sido reemplazado por el de conocer la opinión de la mayoría mediante encuestas y estudios sociológicos. Incluso en la vivencia de la fe, el sentimentalismo puede llegar a ser un peligro: las emociones o los estados de ánimo en la experiencia religiosa son, para muchos, más importantes que la verdad del Evangelio. Ciertamente los sentimientos tienen su lugar en la vivencia de la fe, pero ésta no puede depender de ellos. Permanecer en la verdad significa ser fieles a la enseñanza del Señor, reconocer que la Iglesia no comienza con nosotros, que el Evangelio no es un invento nuestro y que toda renovación es auténtica cuando se vive en fidelidad a lo que hemos recibido de los cristianos que nos han precedido en el testimonio de la fe.

Pidamos al Espíritu Santo en esta solemnidad de Pentecostés que toda la Iglesia y cada uno de nosotros sepamos ponernos a su servicio y dejarnos guiar por Él, que quiere conducirnos a la santidad y al conocimiento cada día más pleno de la Verdad que es Cristo.