Fecha: 15 de mayo de 2022

Últimamente estamos utilizando en nuestra realidad eclesial una palabra que suena rara, sorprende a muchos y que, seguramente, necesita de una cierta explicación. Hablamos de la palabra SINODALIDAD. Por mi parte la he usado alguna vez en escritos y en alguna alocución para informar sobre la iniciativa del papa Francisco al convocar un Sínodo de Obispos para tratar precisamente de la forma de nuestras relaciones en la Iglesia. Intento explicar un poco este concepto y, por supuesto, cómo lo aplicamos en nuestra realidad diocesana y parroquial.

Algunos han definido el término sinodalidad como una forma concreta de vivir y obrar, un estilo de caminar como Iglesia peregrina. Esto nos obliga a analizar las dinámicas comunicativas, el modo en que se elaboran y toman decisiones y las relaciones que se dan entre los diferentes protagonistas de la misión evangelizadora de la Iglesia. Esta reflexión afecta directamente a nuestra naturaleza de creyentes examinando de forma permanente el pasado (desde el bautismo y los distintos contactos y colaboraciones con la comunidad) para mejorar en el presente y en el futuro nuestro camino y nuestra implicación con todo el Pueblo de Dios. Participando con todos desarrollamos los rasgos esenciales de la Iglesia como son la comunión y la misión. No podemos renunciar a este compromiso que nos ayuda a profundizar en la fe, a aceptar a los semejantes con sus cualidades y carencias y a poner nuestros talentos al servicio del plan de Dios.

El método sinodal contiene tres elementos que conviven de modo simultáneo: la escucha del Pueblo de Dios, el discernimiento y la toma de decisiones. Cada uno de ellos protagonizado por un agente de pastoral, por algunos o por todos los miembros. Implica sobre todo el encontrarse, escuchar, dialogar, discernir, definir… y dejarnos sorprender por el Espíritu. En la práctica habitual no podemos prescindir de la influencia de los demás ni, por supuesto, de la gracia de Dios que nos conduce por el camino de la historia.

En la base de este camino comunitario está la libertad individual, la reflexión personal, la participación de cada uno. La persona nunca se diluirá en un todo anónimo. La suma de voluntades potenciará el servicio del conjunto reconociendo que cada uno tiene su ritmo vital, su carácter, su historia familiar, su formación… y que camina junto a otros sin avances precipitados ni descartes o abandonos por cansancio. Hemos de acentuar también la responsabilidad en función del cargo ejercido en cada momento. El ritmo comunitario evita los dos extremos y el papa Francisco no se cansa de repetir la importancia de la ayuda mutua para fortalecer la Iglesia de Jesucristo.

Descendamos a nuestro propio nivel parroquial y diocesano. Es muy conocido por todos y algunos de vosotros habéis dado mucho tiempo y dedicación al trabajo conjunto. En la diócesis hay varios órganos colegiados que posibilitan diálogos sinceros y decisiones sólidas además de ayudar al obispo en la conducción de la parte del Pueblo de Dios a él confiada. El Colegio de Consultores, el Consejo Presbiteral, el Consejo Diocesano de Pastoral, el Consejo de Asuntos Económicos. Sacerdotes, religiosos y laicos comparten las tareas y señalan las opciones que mejor responden a las directrices evangélicas. Muchos han participado en estos organismos.

En las parroquias debe haber un Consejo de Pastoral y un Consejo de Economía con competencias en todos los asuntos de evangelización y de administración ordinaria. El objetivo sería conseguir que su existencia estuviera garantizada en todas ellas además de promover los equipos de catequesis, de celebraciones y de caridad. Entre todos lo podemos hacer todo.