Fecha: 4 de abril de 2021

La resurrección de Jesús pertenece al núcleo de la fe cristiana, al igual que la pasión y la cruz. Así consta en el Credo o Símbolo de la fe, que desde los primeros tiempos de la Iglesia profesan los que reciben el sacramento del bautismo.

El jesuita y teólogo francés Bernard Sesboüé publicó un libro en el que, con un lenguaje muy asequible, comenta el Credo a los hombres y las mujeres de nuestro tiempo. En este libro titulado Creer: invitación a la fe católica para las mujeres y los hombres del s. XXI (Ed. San Pablo), el sacerdote francés afirma que «se ha podido definir al cristiano como el que cree en Jesucristo resucitado de entre los muertos». Y añade: «no es necesario subra­yar el carácter provocador de tal afirmación, que contradice la experiencia más universal, la del carácter irreversible de la muerte». En efecto, si bien algunos dicen: «nadie ha vuelto nunca del cielo para explicárnoslo», la fe cristiana proclama lo contrario: sí, un hombre ha vuelto, Jesús de Nazaret, y su resurrección es promesa de la nuestra.

El padre Sesboüé, que fue miembro de la Comisión Teológica Internacional, se pregunta en su libro si hoy es posible la fe en la resurrección. ¿Sigue teniendo el hombre moderno capacidad para creer en la resurrección? ¿Forma parte este misterio de lo «creíble disponible» de nuestro tiempo? Y tras un análisis de las circunstancias y de los testigos de este gran acontecimiento, recurre a una sentencia bellísima que escribió san Ireneo de Lyon en el siglo II: «La gloria de Dios es que el hombre viva».

Estas palabras se cumplen en la resurrección de Jesús. Dios quiso que Jesús alcanzara una vida plena y gloriosa, en la que ya no pudiera conocer la muerte, y esto para que todo hombre viviera eternamente la vida nueva inaugurada por Cristo. En esto pone Dios Padre su gloria, es decir, su belleza. La belleza de la cruz, de dramática pasa a ser radiante y serena.

La resurrección de Jesús es promesa de la nuestra. Nos da la imagen de lo que estamos llamados a ser. De lo que entendemos cuando hablamos de salvación, porque estar salvados es vivir, vivir intensamente y para siempre una vida de amor. Jesús resucitado anticipa lo que nos espera: viviremos en Dios eternamente. Su destino será el nuestro.

El padre Bernard Sesboüé no olvida que esta esperanza siempre tendrá quien la contradiga. Por eso, añade que esta promesa no es «el opio del pueblo», sino que es un don real que moviliza todas las energías humanas para la construcción de una sociedad justa, libre y fraterna.

La resurrección de Jesús es, en fin, una declaración de amor de Dios a los hombres. Sesboüé hace suyas las palabras de santa Teresa del Niño Jesús cuando dice que «ahora Dios nos mira a través del rostro de su Hijo».

Queridos hermanos y hermanas, este domingo de Pascua de Resurrección, me despido con el saludo pascual tradicional que se intercambian los cristianos en Oriente: «Cristo ha resucitado. Realmente ha resucitado». Que la serena y profunda alegría de la Pascua nos acompañe a todos.