Fecha: 15 de marzo de 2020
Decimos que Nicodemo experimentó ante Jesús un sentimiento de perplejidad. Quedarse perplejo es sentirse como paralizado ante algo inesperado, que no se acaba de entender. En el fondo es una reacción delante de una realidad que no se puede dominar. Era lo que hemos dado en llamar “una de sus noches”, uno de los significados del hecho de que Nicodemo fuese de noche a entrevistarse con Jesús.
Nos interesa mucho profundizar en esta experiencia, porque nosotros vivimos algo parecido. No exactamente lo mismo, porque, como alguno dirá, entre nosotros desaparece el factor sorpresa: a diferencia del personaje bíblico, ya conocemos de memoria la historia de Jesús, así como el mensaje cristiano en su conjunto. De hecho, en el centro de nuestro Credo está la fe en el Misterio Pascual, la fe en la Muerte y Resurrección de Cristo, que se actualiza en el sacramento del bautismo. Hoy nos dirigimos a los cristianos laicos sencillamente como aquellos creyentes, que viven su bautismo en el mundo y en la Iglesia.
Sin embargo, una cosa es recitar el Credo y conocer la historia de Jesús, sus palabras y sus obras, que siempre serán las mismas, y otra descubrir lo que Jesús significa en cada momento de nuestra historia. Concretamente, una cosa es saber que Jesús dijo “hay que morir y nacer de nuevo” y otra discernir lo que eso significa hoy, en mi vida y en la vida de la Iglesia y del mundo.
Es este reto, discernir qué significa hoy para un cristiano morir y nacer de nuevo y llegar a vivirlo, lo que más nos cuesta. ¿Por qué?
Como veíamos con la imagen de Jesús como gran profeta, que Nicodemo y nosotros asumimos fácilmente, también llegamos a entender fácilmente eso de “renacer”, en el sentido de “renovar”. Llamamos a renovar la vida, las instituciones, las formas; en nuestro lenguaje común hablamos de un laicado renovado, una Iglesia nueva, unos estilos nuevos. Esta forma de hablar despierta ilusión y resulta atractiva. Un mensaje así es, además, necesario. Nicodemo también debió sentirse en sintonía con este lenguaje, debían resonar en su interior palabras tan esperanzadoras como aquellas de Ezequiel, Jeremías y otros profetas, que anunciaban “un corazón y un espíritu nuevo”. En este sentido, él y nosotros nos vemos atraídos por Jesús y su seguimiento nos parece incluso lógico. ¿Quién no querrá una Iglesia, unos laicos renovados, llenos de vida, creativos y activos…?
Pero la respuesta de Jesús a Nicodemo, y todo el Evangelio en su conjunto, incluyen un mensaje mucho más profundo y radical. Jesús habla de morir para resucitar. No habrá un nuevo nacimiento si antes no ha habido una nueva muerte.
Es algo sabido (imposible olvidarlo), pero muchas veces silenciado. ¿Por qué? Quizá porque en el fondo tenemos miedo. Intentando hacer “atractivo” el Evangelio, tememos no ser aceptados por la gente. Sospechando hasta dónde nos llevaría esa muerte, tenemos miedo a perder seguridades, privilegios, comodidades o bienes adquiridos…
Nadar entre la atracción y el miedo ante Jesús es una de “las noches más profundas de Nicodemo”. Desgraciadamente con frecuencia vence el miedo. Pero entonces sigue dominando la oscuridad. Y en la oscuridad no hay vida. Frente a un cristianismo flojo y aburguesado, hoy han de resonar en nosotros aquellas palabras de Jesús: “Procurad entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos querrán entrar y no podrán” (Lc 13,24)