Fecha: 15 de agosto de 2021

Haciendo un paréntesis en la lectura y comentario de la carta encíclica Fratelli tutti del papa Francisco, centramos hoy nuestra atención en la fiesta que celebramos este domingo, la solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, conocida popularmente como la fiesta de la Virgen de agosto.

La Iglesia nos invita a contemplar hoy el misterio de la Asunción de María al cielo. Es un misterio importante para nosotros, arraigado desde muy antiguo en la fe del pueblo sencillo y que fue proclamado como dogma por el papa Pío XII el día 1 de noviembre del año 1950. Por ello nosotros creemos, afirmamos y confesamos que María, la Madre de Dios, la que fue concebida inmaculada, sin mancha de pecado original, la llena de gracia, la que encarnó en ella el Hijo de Dios hecho hombre, la que estuvo al pie de la cruz de su hijo Jesús, ella misma, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma al cielo, y ahora vive gloriosa y feliz con Jesús, Hijo suyo e Hijo de Dios, con el Padre del Cielo y el santo Espíritu de Dios, y con los ángeles y los santos.

Contemplar este misterio de la vida de María nos llena de gozo, porque como todas las fiestas dedicadas a la Virgen, es para nosotros una fiesta de familia. Es la madre de Jesús, la Madre de Dios, es nuestra Madre.

Y que la Madre de Dios esté en el cielo con Jesús nos llena de la esperanza de llegar allí también nosotros, sus hijos. En la oración de la Salve le decimos y aclamamos «Reina y Madre de Misericordia, vida y dulzura, esperanza nuestra». Y en medio de las luchas y oscuridades de nuestra vida le pedimos que nos muestre su Hijo Jesús, fruto bendito de su vientre.

Esta es nuestra fe y nuestra esperanza. En el libro del Apocalipsis encontramos un pasaje que nos describe esta presencia de María glorificada en el cielo y que viene en ayuda de quienes estamos en la tierra: «Una gran señal fue vista en el cielo: una Mujer vestida de sol, y la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas» (Ap 12,1).

Son muchos los pueblos de nuestra tierra que celebran este día su fiesta en honor de María. Expresan y muestran la fe arraigada en la Madre de Dios y la convicción de que su protección nos acompaña en todo momento.

En momentos y situaciones de dificultades en la vida, en la Iglesia y en el mundo, como los que estamos sufriendo actualmente con la pandemia y las consecuencias derivadas de la crisis sanitaria, económica y social, no dejemos de contemplar y de acudir a la Madre de Dios. San Bernardo tiene una preciosa oración a la Virgen en la que nos dice: «¡Mira la Estrella, invoca a María!».