Fecha: 16 de agosto de 2020

Ayer, como cada 15 de agosto, celebramos la festividad de la Asunción de la Virgen María. La Iglesia proclama que María, cuando terminó su vida en la tierra, fue elevada al cielo en cuerpo y alma. Uno de los padres de la Iglesia, san Juan Damasceno, nos lo dice de manera muy bella: «Era necesario que aquella que había llevado en su vientre al Verbo habitase en cuerpo y alma en el tabernáculo de Dios».

El don de la Asunción fue dado a la Virgen por la especial relación que tuvo con el Señor. Ella es la discípula perfecta de Jesús. María vivió como una mujer de su tiempo: trabajaba en casa, atendía a su familia, oraba, visitaba a sus familiares… Sin embargo, todo lo hacía siempre unida a su hijo. Tenemos buena prueba de ello en el relato evangélico de las bodas de Caná. Cuando María observa que el vino se está terminando, dice a los servidores: Haced lo que Jesús os diga (cf. Jn 2,5). María siempre nos conduce a Jesús. La que nos trajo al Hijo de Dios nos lleva también a Él.

María nos enseña a hacer de nuestra vida un servicio a los demás. El Evangelio nos relata que cuando la Virgen sabe que su prima Isabel la necesita, porque es mayor y está embarazada de seis meses, acude en su ayuda sin pensarlo dos veces (cf. Lc 1,39-45). Ojalá que en nuestro día a día estuviéramos tan atentos como ella a las necesidades que vemos a nuestro alrededor.

Este servicio de María va dirigido a los más pobres. Nuestra Madre permaneció hasta el final junto a su hijo muerto en Cruz. Esto nos anima a estar al lado de todos los crucificados de la tierra. Ella nos enseña a estar al pie de la cruz de las personas que están solas o sufren cualquier tipo de opresión o injusticia. Ella es la madre de los pobres, de los humildes, de los que no tienen nada, pero que lo esperan todo de Dios. Ella nos acompaña en los momentos de dificultad, cuando todo lo vemos oscuro. María nos llama a unirnos a ella en el canto del Magnificat con todos los pobres de la tierra. Si somos pobres de espíritu podremos acceder al Reino de los cielos.

En la solemnidad de la Asunción, María nos invita también a compartir con ella la vida eterna. Así lo expresa el papa Francisco cuando nos dice que si vivimos con alegría el servicio a Dios, que se expresa también en el generoso servicio a los hermanos, nuestro destino, en el día de la Resurrección, será como el de Nuestra Madre celestial (cf. Angelus. 15 de agosto de 2018).

Queridos hermanos y hermanas, María es nuestra esperanza. María es la luz en el camino, es la estrella que nos guía en medio de las tinieblas de nuestra vida. Pidámosle la fe y la entrega necesarias para sembrar en el mundo la buena semilla del Reino de Dios.