Fecha: 26 de julio de 2020

Queremos dilucidar qué significa «crecer» para un discípulo de Cristo. Crecer y hacer crecer el mundo y la Iglesia.

De ello habló y obró mucho Jesús, al tratar del Reino de Dios que comenzaba con Él en la tierra. Su mensaje nos va descubriendo que ambos crecimientos, el del mundo y el de la Iglesia, tal como se suele entender, son distintos. El crecimiento de la Iglesia, en tanto que inicio, exordio, del Reino de Dios en la tierra, sigue caminos muy distintos, a veces contrarios, del que se entiende por progreso del mundo.

Sin embargo, el progreso del mundo y el crecimiento de la Iglesia no son independientes ni indiferentes entre sí. La fe cristiana sostiene que la verdadera plenitud del mundo es el Reino de Dios, y que el triunfo del Reino de Dios será al final de la historia: el mundo será absorbido por el Reino de Dios, será transformado en él. Así ambos crecimientos tendrán un punto de encuentro, incluso podemos decir de «identificación». ¿Cómo será eso? Nos lo podemos imaginar recordando los pequeños «puntos de encuentro» que se dan cuando a través de nuestra acción se consigue transformar algo de este mundo en nombre del amor de Dios.

Jesús no tuvo inconveniente en usar ejemplos del mundo del comercio y del mercado para explicar misterios del Reino de Dios. Así, él veía que en el mundo del comercio y en el mercado, a veces podía suceder que un comerciante se jugaba todo su capital invirtiéndolo en una sola operación de compra. Estaba tan seguro del valor de lo que adquiría, que arriesgaba todo su dinero, sin miedo a quedarse arruinado. Entonces Jesús pensó: esto es lo que sucede con el Reino de Dios, cuando es hallado «fortuitamente» por alguien que lo desea y lo busca (cf. Mt 13,44-46).

Sin duda no es frecuente el caso de alguien que arriesgue todo lo que tiene en una inversión. Pero se da el caso, si se percibe que lo adquirido tiene un valor absoluto. El comercio y la economía, crecerían rápidamente si fuera fácil encontrar valores así, «absolutos», de un rendimiento totalmente seguro…

Desgraciadamente las cosas no son tan fáciles. Este tipo de «operación», sin embargo, se da siempre en el hallazgo y el crecimiento del Reino de Dios:

— Según las palabras de Jesús, el hallazgo del Reino de Dios es casual, no se puede controlar. Pero se ha de tener un deseo intenso de lograrlo, tanto como uno desea un gran tesoro o el comerciante anhela la perla preciosa.

— Una vez hallado el Reino de Dios, sorprende y deslumbra por su valor, hasta el punto de que a los propios ojos merece arriesgar todos los bienes que se poseen.

— Siguiendo esta percepción, el Reino de Dios se adquiere efectivamente, se goza de él, más allá del miedo a quedarse sin nada, porque con él se tiene todo.

Este lenguaje, estas expresiones tan radicales, como «valor total, absoluto, per fecto», es extraño en el mundo del desarrollo económico y social. Sólo aparece en la propaganda; ya se sabe que no responde a la realidad y que únicamente se usa para aumentar clientes. Sin embargo, la Iglesia anuncia el Reino de Dios sin engaños, con total convicción, transparencia y sencillez. La Iglesia crece a base de estas inversiones arriesgadas, a base del desprendimiento de todo lo que se tiene para adquirir la salvación y la plena felicidad.