Fecha: 7 de marzo de 2021

La perspectiva del Mesías muriendo en una cruzno cabía en la imaginación del apóstol  Pedro. Por eso, el Evangelio narra cómo intentó apartar a Jesús de ese camino (cfr. Mt 16,21-23). Tampoco fue comprendida por demás apóstoles. Su reacción ante esa posibilidad era muy  natural yhumana; de hecho, es la misma reacción que a menudo tenemos nosotros cuando el dolor y la dificultad se hacen presentes en nuestra vida. No es fácil aceptar el misterio de la cruz, y no es fácil aceptar el sufrimiento desde la óptica de la cruz del Señor. En cambio, la señal del cristiano es la cruz. De hecho, nos persignamoscontinuamente: hacemos la señal de la cruz sobre la frente, la cara y el pecho, poniendo nuestra vida en manos del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ahora bien ¿somos conscientes de su significado?

La liturgia de la Palabra de este domingo responde a estos interrogantes por boca de Pablo. El apóstol enseña a la Iglesia en Corinto que el misterio de la cruz es donde reside la fuerza y la sabiduría de Dios: «Mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; más para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1Cor 1,22-24).Ciertas expectativas de sus coetáneos judíos se centraban únicamente en un mesianismo político, sin diferenciarse de quienes sólo aspiraban a conquistar el mundo.  Por otro lado, las corrientes del pensamiento de su época pretendían comprender los misterios del ser humano y de la naturalezarecreándose en retóricas a menudo complejas y vacías.Cristo crucificado va más allá, sin importarle ser escándalo para los unos y necedad para los otros.

Tenemos que reconocer que el dolor y el sufrimiento forman parte de la existencia humana. Ahora bien, cuando se descubre el sentido de la cruz y se cuenta con la gracia de Cristo, el sufrimiento se sobrelleva de una forma muy distinta: con un amor proactivo y capaz de ofrecerse más allá del lamento. La cruz y la resurrección son dos aspectos esenciales en el mensaje de san Pablo. Desde la contemplación de la cruz también nosotros percibimos el inmenso amor de Dios; un amor infinitoque alcanza en la cruz su máxima realización. Lo que da valor redentor a la muerte en cruz de Cristo es sobre todo el amor inmenso de Dios que no se detiene ante el sufrimiento extremo. Lo que salva a la humanidad es el amor infinito de Dios, plasmado en la entrega de Cristo hasta el final.

Gracias a ese sacrificio, Dios nos ha reconciliado consigo, y por medio del perdón de los pecados, ha concedido la paz de la reconciliación en Cristo, y ha posibilitado a los seres humanos una amistad real con Él. Por eso es tan importante acoger también el misterio pascual de Cristo, que incluye el hecho de su resurrección corporal. En efecto, la resurrección del Señor es su consagración como Salvador, que restaura la vida y vence a la muerte. Es así como Dios ha derramado su amor: por la crucifixión del Señor y su victoria, es como el Espíritu Santo  inunda el corazón de los creyentes.

En nuestra época, es verdad que la cruz es difícil de comprender,  sea desde las concepciones filosóficas o científicas, sea desde no pocos planteamientos religiosos. Pero incorporar el misterio de la cruz en nuestra vida no consiste en una mera especulación, sino en una verdadera experiencia de vida. Como afirma Edith Stein, “cuando hablamos de ciencia de la cruz no hacemospura teoría, sino que expresamos una verdad viva, real, y efectiva». En definitiva, por eso nos santiguamos, para prolongar el amor con el que Cristo quiere seguir vivo en sus miembros. Y así, uniéndonos al Crucificado, quedamos  insertados en su obra, y experimentamos su amor, que nos salva y nos hace ir más allá de nuestro yo, saliendo al encuentro del otro para consolar, servir y amar.