Fecha: 7 de junio de 2020

Este domingo, solemnidad de la Santísima Trinidad, celebramos la Jornada de la vida contemplativa. La vida de las monjas y de los monjes, escondida con Cristo en Dios en el silencio de los monasterios, es un tesoro para la Iglesia. Su entrega en favor de toda la humanidad y su oración por las necesidades del Pueblo de Dios son una fuente de gracia y de bendición para el mundo, que únicamente se puede valorar desde la fe. Es bueno que los cristianos no nos olvidemos de orar por aquellos que dedican su vida a rezar por nosotros. Es un gesto de reconocimiento y gratitud.

Su vocación constituye un testimonio de amor radical. En un mundo que culturalmente tiende a alejar a Dios del horizonte de la vida humana, ellos son una llamada viviente a que le pongamos en el lugar que le corresponde, que no puede ser otro que el centro. Solo cuando Dios está en nuestro corazón y en el corazón del mundo se encuentran caminos para dignificar de verdad la humanidad. Los contemplativos también nos recuerdan que el verdadero amor al prójimo es el que no espera nada a cambio, el que no busca reconocimiento, recompensa o compensación afectiva. Su vida orante en favor de la humanidad es un testimonio de amor gratuito, generoso y desinteresado. Lo que ellos viven de una manera radical, lo tenemos que vivir nosotros en la relación con Dios y con los otros.

Su vida es también una invitación a ir a lo auténtico y no quedarnos en las apariencias. Todos sabemos lo importante que es la publicidad en la cultura actual. Parece que lo que no se da a conocer no existe. Pero en el afán de publicidad frecuentemente se ocultan motivaciones que pueden acabar matando la autenticidad. Quien busca la verdad de las cosas no está obsesionado por darse a conocer, porque la verdad acaba brillando por sí misma. La vocación contemplativa es un testimonio de búsqueda de Dios vivida desde la autenticidad y con un desprendimiento total, porque únicamente se busca la verdad. Esto es también una lección para todos nosotros.

La Iglesia crece de dentro hacia fuera. Lo primero es lo que Dios hace en el corazón de los cristianos. Después lo que hacemos nosotros en las programaciones, actividades y compromisos eclesiales. Cuando la acción no está fundamentada en la Gracia, podemos caer en un activismo sin sentido. La vida contemplativa es esencial para que la Iglesia no acabe convirtiéndose en una organización vacía. En palabras de Santa Teresa del Niño Jesús, es el corazón de la Iglesia, el miembro del cuerpo que posibilita que la vida llegue a todo el organismo.

A medida que vamos recuperando la normalidad en la sociedad también se irá normalizando la vida eclesial. Os invito a que no nos limitemos a programar actividades. Lo que hemos vivido puede ser una ocasión para profundizar en la oración y crecer interiormente. Que nuestros templos sean de verdad espacios de plegaria y que la oración ocupe un lugar importante en el día a día de nuestras parroquias. Solo así la Iglesia se revitalizará.