Fecha: 29 de marzo de 2020

Han pasado días desde que fue declarado el estado de alarma en nuestro país, y desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró oficialmente que el coronavirus era una pandemia, un problema global ante el que todos los países iban a tener que poner mucho de su parte para combatirlo. Otras pandemias ya golpearon a la humanidad a lo largo de la historia, pero era difícil imaginar que en una época de tantos avances en el campo de la biotecnología, íbamos a ser sacudidos de esta manera por un pequeño virus.Esta pandemia está produciendo una importante crisis sanitaria y acabará ocasionando una crisis económica de grandes dimensiones, que afectará sobre todo a los más pobres y vulnerables.

Esta auténtica emergencia planetaria debe servir para reflexionar, para replantear la manera como vivimos, nuestras supuestas necesidades, los ritmos, los gastos, las urgencias y las prioridades. Ahora mismo, nuestra vida diaria ha sufrido una serie de cambios ciertamente drásticos, y no queda más remedio que adaptarse a la nueva situación.Conviene recordar que de cada una de las crisis que la humanidad ha padecido, ha podido salir gracias al esfuerzo y la voluntad, a la capacidad de resiliencia que hay en cada uno de nosotros. Ojalá salgamos de esta crisis más maduros, más responsables, más sensatos y solidarios.

En estos momentos me gustaría compartir algunas reflexiones con todos vosotros. Son, pues, las reflexiones de un pastor ante el coronavirus. Querría reflexionar sobre tres lecciones que podemos aprender: volver la mirada hacia Dios, hacer un alto en el camino y redescubrir al hermano. Hoy reflexionaré sobre el primer punto: estamos invitados a volver nuestra mirada hacia Dios.

Lo primero es volver la mirada y el corazón a Dios, y ampararnos en su misericordia; cambiar nuestra vida, dejarnos convertir por él. Es la actitud propia del tiempo de cuaresma, en el que nos encontramos. La conversión es como nacer de nuevo, es  una renovación de las actitudes, de la mentalidad, de los criterios y de los valores. Es un cambio profundo en la vida, una renovación interior que comporta una nueva orientación general. Significa volver a Dios, reorientar la ruta, la meta de la vida para que el eje vertebrador sea Cristo, para que Él sea el centro que articula todos los demás elementos: familia, trabajo, aficiones, compromiso político, voluntariado, en definitiva, toda la vida.

El progreso de la ciencia y de la técnica en nuestro mundo es muy grande, con un dominio de las fuerzas de la naturaleza aparentemente ilimitado, hasta el punto de llegar a la clonación de seres vivos. Sintiéndose el ser humano tan poderoso, podría caer en la tentación de pensar que ya no hay necesidad de Dios, porque tiene la capacidad de construir todo lo que desee. Pero no olvidemos que esta historia no es nueva, es la historia de la construcción de la torre de Babel, según relata el libro del Génesis (cf. Gn 11, 1-9).Quisieron ocupar el lugar de Dios, y por su soberbia quedaron confundidos y divididos.

El hombre lleva en sí mismo una sed de infinito, una nostalgia de eternidad, una búsqueda de belleza, un deseo de amor, una necesidad de luz y de verdad, que lo impulsan hacia el Absoluto; lleva en sí mismo el deseo de Dios. Dios es la Realidad misma, con mayúsculas, la Vida misma. El sentido de la vida del hombre es recibir el amor de Dios, conocerlo, creerlo y vivirlo; compartirlo y comunicarlo; amar a Dios con todas las fuerzas y al prójimo como a sí mismo. En nuestra vida, en nuestras familias, en nuestra sociedad, demos a Dios el lugar que le corresponde, el primer lugar.