Fecha: 19 de abril de 2020

Justo antes de Semana Sata os invitaba a reflexionar sobre una de las lecciones que podemos aprender ante esta situación difícil que estamos viviendo y es el hecho de volver la mirada hacia Dios para que ocupe en nuestras vides el lugar que le corresponde. Os invito a retomar aquella reflexión con dos lecciones más que nos pueden ayudar: hacer un alto en el camino y redescubrir a los demás.

En primer lugar hacer un alto en el camino. Esta pandemia de alcance mundial, nos ha obligado, por fuerza, a hacer un alto en nuestro camino. Nos ha tocado aislarnos, recluirnos en nuestras casas apartados del mundo, de la sociedad, de los amigos, algunos incluso de la familia; recluidos con el móvil, el ordenador y pendientes a todas horas de las noticias. Pero caigamos en la cuenta de que también es una ocasión propicia para conocernos a nosotros mismos más a fondo; para repasar la película de nuestra vida y tomar mayor conciencia de quienes somos y de los caminos por los que discurre nuestra existencia.

En la peregrinación de la vida son imprescindibles los espacios de silencio, de recogimiento, de reflexión personal, para conocerse mejor a sí mismo, mirándose al espejo con sinceridad y sin tapujos. En estos días, en los que disponemos de más tiempo, será bueno que entremos en nuestro interior, que revisemos la propia vida desde una reflexión sincera que facilite el encuentro con uno mismo y propicie, a su vez, el encuentro con Dios.

Esta actitud, de hecho, tiene que durar toda la vida. El conocimiento de uno mismo es imprescindible para situarse debidamente ante Dios y ante los demás. Por otra parte, cuanto más avanza la persona en su vida de fe, cuanto más se acerca a Dios y recibe su luz, tanto más se conoce a sí misma, es consciente de su pequeñez y más indigna se siente ante él. El examen de conciencia, la revisión de vida a la luz de la Palabra de Dios, será de particular utilidad para el conocimiento de sí mismo y para llegar a la verdadera humildad.

Y en segundo lugar redescubrir a los demás. Estos días estoy seguro que recibimos mensajes que nos recuerdan la necesidad de luchar unidos si queremos superar esta crisis. Ojalá aprendamos bien la lección de que el egoísmo y el individualismo no nos llevan a ninguna parte, o mejor dicho, nos pueden llevar al precipicio. Los compañeros de camino siempre son un apoyo para superar las contrariedades que aparezcan durante el viaje, que será más llevadero si se hace en compañía.

Los seres humanos nos hallamos juntos, existimos juntos. Podemos vivir unos contra otros, o de espaldas a los otros, ignorándonos, o podemos relacionándonos; se puede acoger a los otros, ofrecerse, sentirse próximo a ellos, es decir, convivir con los otros. Ser prójimo, como nos recuerda la parábola del buen samaritano, significa cumplir el mandamiento del amor haciéndose prójimo de los demás. Soy hermano de todo aquel que me encuentro, de todo aquel que necesita mi ayuda. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en el corazón del cristiano en su peregrinar.

El encuentro con el hermano lleva a compartir y colaborar. El peregrino debe ir ligero de equipaje, con lo imprescindible y sin apego a sus pocas pertenencias. La convivencia comporta la atención al otro, la reciprocidad. Esto significa estar atentos los unos a los otros, no mostrarse indiferentes a la suerte de los demás, ser conscientes de la interdependencia entre personas, ser solidarios. La solidaridad no es un sentimiento de compasión con los más débiles o con la persona necesitada que está junto a mí, es «la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos», en palabras de san Juan Pablo II.

Ojalá en esos días de confinamiento que se están alargando podamos reflexionar sobre estos elementos. Pedimos la intercesión de la Mare de Déu de Montserrat y de Sant Jordi.