Fecha: 6 de junio de 2021

Celebramos hoy la solemnidad del Corpus Christi. En el Evangelio escuchamos que, aunque fueron los discípulos quienes tomaron la iniciativa de preparar la cena con el cordero pascual, fue el Señor quien los invitó a comer su cuerpo y a beber su sangre. Como aquellos discípulos, también nosotros, cada vez que participamos en la Eucaristía nos reunimos con Él respondiendo positivamente a la invitación que nos hace a compartir su mesa. Por eso pienso que, en el fondo, el alejamiento de la Eucaristía que hoy tantos cristianos viven no es únicamente desprecio a un rito, sino que expresa indiferencia respecto de Cristo, de su Palabra, de su amistad. Es como cuando un amigo nos invita y nos mostramos indiferentes, con lo cual manifestamos que no nos interesa su persona.

La solemnidad de hoy nos recuerda a todos que no podemos considerarnos buenos amigos de Jesús si no nos alegramos de la invitación a participar en el banquete eucarístico y no le respondemos positivamente. Quien se aleja de la Eucaristía, poco a poco, en su corazón va alejándose del Señor, y su amistad con Él, casi sin darse cuenta, va muriendo. Jesús acaba convirtiéndose en un personaje lejano y extraño. Participar en la Eucaristía dominical considerándola un deber fundamental del cristiano, no es únicamente cumplir una ley o una norma impuesta, es signo de que por encima de otras cosas valoramos la amistad con Jesús y queremos configurar nuestra vida desde esa amistad.

Seguramente los discípulos respondieron a la invitación de Jesús porque era el Señor quien los invitaba a comer su cuerpo y a beber su sangre. Y es que quien unía a aquel grupo era Él. Cuando leemos el Evangelio descubrimos que entre ellos no había una unidad fuerte; existían diferencias por las expectativas que cada cual tenía; a veces discutían quién sería el más importante en el reino del cielo; no pensaban del mismo modo ni tenían la misma forma de ser… ¿Qué es lo que los mantenía unidos? Sin lugar a duda tenemos que pensar que quien los unía era Jesús, y que sin Él no tenía ningún sentido permanecer unidos.

La Iglesia la formamos personas con diferencias entre nosotros, con maneras de pensar y sensibilidades diversas, incluso con intereses divergentes. Pero todos sentimos que Jesús es algo nuestro, y sabemos que no nos podemos apropiar de Él como si fuera únicamente mío. Jesús es tan mío como de aquel que piensa diferente a mí. La Eucaristía es el sacramento del que el Señor se sirve para unirnos a Él y, por tanto, es el sacramento que mantiene la unión entre los cristianos. Participar en la Eucaristía es lo que hace posible que las diferencias entre nosotros no lleguen a convertirse en divisiones. Sin Jesús la comunidad se dispersa. Sin la Eucaristía la Iglesia se deshace.

Cuando un cristiano abandona la Eucaristía no solo se aleja del Señor, sino que acaba sintiéndose extraño en la comunidad cristiana y se separa de ella. San Agustín, en uno de sus sermones, hablando de este sacramento dice: “en este pan se os indica cómo debéis amar la unidad”. No abandonemos la Eucaristía si queremos permanecer unidos al Señor y a su Iglesia.