Fecha: 31 de diciembre de 2023

Decíamos que en María, la madre de Jesús y nuestra, todos somos madres, o hemos de serlo. Decíamos incluso que todos somos madres de Jesús cuando evangelizamos y educamos a alguien acompañándole en su maduración de fe, ya que el objetivo de estas tareas es justamente conformar Jesucristo en el otro, es decir, que él adquiera la forma de Jesucristo. Hoy decimos que lo único que hace posible esta maternidad es el amor, el amor de Dios en nosotros.

Al inicio del nuevo año recordamos el momento de la Anunciación. Entre la palabra del Ángel “eres llena de gracia” y esta otra “concebirás en tu vientre y darás a luz un Hijo” hay una relación directa: María es madre porque está llena de gracia.

¿Somos nosotros también fecundos en nuestras tareas, iniciativas, compromisos?

Sinceramente, podríamos traer aquí numerosos ejemplos de esterilidad. Hablamos de esterilidad y fecundidad desde el punto de vista espiritual. Según la forma de mirar, podemos decir que hacemos muchas cosas buenas en sí mismas o quizá afirmamos que nos hallamos estancados e inútiles, a la vista de las crisis sociales, personales, económicas, que nos rodean. En un sentido, el resultado de la estadística puede ser muy positivo: ahí están los avances científicos y técnicos, las enfermedades que se curan, la facilidad de las comunicaciones, la producción de alimentos, el control sobre los fenómenos naturales, etc. En otro sentido, vemos que estamos muy lejos de disfrutar de la justicia, de vivir en paz, de ser realmente libres, de disfrutar de un alegría realmente duradera y profunda, de la unidad en el respeto a lo diverso, del progreso real, etc. ¡Son multitud los inocentes muertos!

Esta doble sensación también se da en el ámbito personal (moral) y en el estrictamente eclesial: no son pocos los esfuerzos fracasados para que las cosas cambien. ¡Cuántos trabajos evangelizadores sin resultados! ¡Cuántos recursos nuevos que a la larga dejan las cosas como estaban! ¡Cuántas novedades que deslumbran al principio, para acabar desengañándonos al poco tiempo!

Aceptamos la escasa o nula fecundidad de nuestros esfuerzos. Pero tenemos un punto de referencia donde mirar. Mirar con agradecimiento y deseos de aprender. Porque todos somos beneficiarios de esa fecundidad, formamos parte de ella en todo sentido, recibiéndola y ofreciéndola.

La Virgen María debió hacer muchas cosas en el ámbito de la familia, como esposa, en la comunidad judía y en el pueblo. Pero entre todo lo que ella hizo hay una sola obra que llenó toda su existencia, dándole pleno sentido, hasta definirla totalmente: ser madre de Jesús. Además su ser personal, el sentido de todo lo que ella era y hacía, no consistía en sus acciones y sus trabajos, sino en el amor que ponía en todo ello. De ahí su fecundidad.

Se hacía madre fecunda cuando acogía la vocación y misión de parte de Dios

Era fecunda en su silencio, cuando escuchaba y guardaba en su corazón lo que se decía de Jesús.

Era fecunda cuando rezó a su Hijo que ayudara a los novios de Caná.

Era fecunda en la búsqueda y seguimiento de su Hijo.

Era fecunda al pie de la Cruz, compartiendo el dolor redentor de Cristo.

Sigue siendo fecunda en nuestras vidas de fe, desde el corazón de la Iglesia, cuando junto a su Hijo permanece activa, aportando su amor a la fecundidad de todo el Pueblo de Dios.

No podemos calibrar ni medir la fecundidad, la eficacia de tanto amor. Pero lo cierto es que no tiene límite. Sabemos que será eficaz en el corazón abierto y disponible.