Fecha: 31 de julio de 2022
Estamos ya en pleno verano. Durante estos meses nuestros hábitos de vida y nuestro ritmo de trabajo cambian. La vida de las familias y de las parroquias se ve condicionada por las vacaciones escolares de los niños y jóvenes; por la interrupción de la catequesis y de las reuniones que tenemos durante el curso; y por la celebración de actividades pastorales más adecuadas al tiempo del verano, como las colonias y convivencias con los jóvenes, que posibilitan un mayor contacto con la naturaleza. Muchos de vosotros podréis disfrutar de unos días de vacaciones. Seguramente los que, por las circunstancias que sean, no las tengáis, dedicaréis también algunos momentos a realizar algún tipo de actividades que rompan el ritmo de vida ordinario del resto del año: encuentros con familiares, amigos y conocidos; participación en fiestas tradicionales en nuestros pueblos, etc.…
Tanto el trabajo como el descanso deben estar presentes en la vida de las personas: el trabajo da sentido al descanso y éste ayuda a vivir-lo dignamente, liberándolo de la esclavitud. Es importante que los cristianos vivamos el descanso de tal modo que nos ayude a humanizar nuestra vida y a progresar en nuestra amistad con Dios. Para ello me atrevo a compartir con vosotros tres reflexiones que nos pueden ayudar a que este tiempo sea una ocasión para el crecimiento personal.
El relato de la creación nos presenta a Dios como el primero que descansó después de culminar la obra creadora. A lo largo de la narración se repite la idea de que, al finalizar cada uno de los días de la creación y contemplar lo que había hecho, Dios vio que era bueno. Al concluir el día sexto, se nos dice que “vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno” (Gn 1, 31). Terminada su obra, Dios dedicó el día séptimo al descanso. Una primera actitud para vivir provechosamente este tiempo es contemplar las cosas buenas que Dios nos ha regalado a la largo de nuestra vida: la naturaleza con la belleza que encierra, las personas que nos rodean y que nos aman, o las obras con las que el ser humano expresa su dignidad, como el arte, la historia y todo lo que constituye el inmenso patrimonio cultural que está al alcance de todos y del que podemos gozar.
El tiempo de descanso puede ser también un tiempo reconciliador. El estrés que nos provoca el ritmo de trabajo al que estamos sometidos, y los problemas que nos sobrevienen, a menudo tienen consecuencias negativas en nuestras relaciones interpersonales e incluso en la relación de cada cual consigo mismo: se producen distanciamientos, incomprensiones o rupturas entre familiares, amigos y compañeros de trabajo. Los cristianos tenemos la convicción de que todos los seres humanos formamos una familia, porque todos compartimos la misma dignidad. Esto implica que estamos llamados a vivir como hermanos. Que este tiempo sea una ocasión para rehacer lazos que se han roto o estrechar aquellos que se han debilitado.
Finalmente, debería ser también un tiempo de crecimiento en la amistad con Dios. El ritmo de nuestra vida nos arrastra a la superficialidad y perdemos la capacidad de ver la profundidad de las cosas. Es la luz de una fe viva y la vida de la gracia las que nos permiten no perder la paz que tienen los amigos de Dios, aunque podamos pasar por esos momentos de dificultad y de sufrimiento que aparecen en la vida de todas las personas. Si dedicamos tiempo a la oración, recuperaremos fuerzas para afrontar con alegría el próximo curso.