Fecha: 6 de diciembre de 2020
Mientras caminamos en este tiempo de Adviento, la Iglesia nos recuerda que la Virgen, desde el primer instante de su concepción, fue preservada por Dios de toda mancha del pecado original.
Este dogma que celebramos no es un concepto sin vida. Tiene que ver con nuestra vida cristiana. El teólogo Karl Rahner decía en una de sus obras que el dogma de la Inmaculada Concepción de María nos puede ayudar a conocer mejor a María para amarla más.
Para conocer a María basta con leer, con actitud humilde, la Sagrada Escritura. Si leemos la Biblia con atención descubriremos que María es la nueva Eva. Sin embargo, a diferencia de ésta, María no se esconde de Dios (cf. Gen 3,8). María da siempre la cara. Tampoco se esconde de nosotros ya que es capaz de cobijar en sus entrañas y darnos a Jesús, el Dios con nosotros (cf. Mt 1,23).
El Evangelio nos dice que cuando Dios, por medio del ángel Gabriel, visita a María, ésta siente temor. María nos enseña que Dios también nos busca en medio de nuestra incertidumbre, de nuestro miedo y de nuestras dudas. Dios espera de nosotros que, como María, seamos capaces de darle un «sí» humilde y confiado; que facilitemos el encuentro, que nos mostremos disponibles como ella para acoger la invitación de Dios y servirle en los hermanos.
La riqueza de María no está en las apariencias, no se encuentra en el exterior sino en lo más profundo de su ser. Ella vivió como nadie el misterio del Dios en nosotros. Es la mujer nueva, escogida por Dios, que escucha su Palabra, la medita en su corazón y la convierte en servicio a los demás.
En el corazón del Adviento, la Virgen Inmaculada nos recuerda que también hay un lugar en nuestro yo más profundo que quiere encontrarse con Dios, que necesita y anhela el amor y la ternura del Padre. Ojalá sepamos, como María, cuidar ese espacio para ofrecerlo a Dios y a los demás.
María nos pide que seamos capaces de acoger la Palabra como ella lo hizo. Solo así, Cristo habitará, poco a poco, en todos los rincones de nuestro corazón. Solo de este modo daremos fruto abundante. Solo entonces Cristo será en nosotros la semilla de mostaza de la que nos habla el Evangelio. La semilla de mostaza es la más pequeña de todas, pero, si la dejamos crecer, pro-duce un arbusto tan grande que incluso los pájaros vienen a guarecerse bajo sus ramas (cf. Mc 4,30-32).
Queridos hermanos y hermanas, dice el papa Francisco que Dios siempre está llegando. Él siempre está a nuestro lado. Mantengámonos cerca de Él como lo hizo la Virgen. De este modo, viviremos con esperanza este tiempo de Adviento. Que María, madre de la alegría, nos anime a encontrarnos con Jesús y a construir con Él un mundo más humano y más fraterno.