Fecha: 17 de octubre de 2021
¡A quién no le gusta tener éxito en lo que hace, tener éxito en la vida! Es un aspecto del ser humano que somos conscientes de que todos compartimos. El estudiante sueña con tener éxito en los exámenes, el deportista en las competiciones, el que investiga en su tarea de búsqueda, en cualquier trabajo para ser bien valorado por los superiores, etc. Habitualmente identificamos el éxito con la felicidad, con los que han reunido una fortuna, con aquellos que son famosos porque aparecen en los medios de comunicación y reciben aplausos y reverencias por parte del mundo.
Eso, que es una reacción y una actitud humana normal, actualmente se ha convertido para muchos en una verdadera obsesión en un mundo en que se exige el máximo rendimiento, en el que la competitividad nos pone a prueba constantemente y en el que aquel que no sobresale queda a menudo arrinconado y con sentimientos de fracaso y decepción entre los suyos.
Pero estos aspectos de la vida y de la sociedad en que vivimos, el éxito y el competir, no son propiamente dimensiones evangélicas. Porque, ¿cuál es el éxito y la competitividad que nos pide y propone el Evangelio? No es ciertamente el que piensa la mayoría de la gente.
Cuando Jesús nos dice “amaos los unos a los otros…” nos pone muy alto el listón, al máximo ciertamente, pero no nos dice “ama más que este o aquel” O cuando dice a los apóstoles “id y anunciad a todo el mundo…”, no nos dice al mismo tiempo que lo hagamos mejor que este o aquel otro.
El éxito para el cristiano es renovar cada día la decisión de seguir a Jesucristo, es procurar amar cada día un poco más para poder llegar a hacerlo como él, es perdonar a quien nos ha perjudicado, es poner la otra mejilla a quien nos ha dado un bofetón, es dar a quien te pide, es lavar los pies a los demás como hizo Él, es rezar con sinceridad y sin condiciones. Este es el éxito cristiano y en realidad es el verdadero éxito de Jesucristo.
Quienes llegan a alcanzar el éxito según el Evangelio son aquellos que viven las bienaventuranzas: los pobres en el espíritu, los mansos y humildes de corazón, los que lloran porque serán consolados, los que tienen hambre y sed de la justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que ponen paz, ¡incluso los perseguidos por causa de la justicia!
¡Qué planteamiento tan diferente de la manera de pensar que tenemos normalmente, e incluso que tienen muchos cristianos que no acaban de entenderlo y vivirlo!
Estos sí que son los éxitos verdaderos y evangélicos, y este éxito podemos conseguirlo todos, sin entrar en competencia con los demás. La conversión que nos pide el Evangelio pasa también por aquí.