Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El fin de semana pasado hice un viaje apostólico a Rumanía, invitado por el presidente y la primera ministra. Les renuevo mi agradecimiento que extiendo al resto de autoridades civiles y eclesiásticas, así como a todos aquellos que han colaborado en la realización de esta visita. Sobre todo, le doy gracias a Dios que ha permitido que el Sucesor de Pedro regresara a ese país, veinte años después de la visita de San Juan Pablo II. En resumen, como anunciaba el lema del viaje, he exhortado a «caminar juntos». Y me alegró poder hacerlo no desde lejos, o desde arriba, sino caminando entre el pueblo rumano, como peregrino en su tierra.

Los diversos encuentros resaltaron el valor y la necesidad de caminar juntos tanto entre los cristianos, en el ámbito de la fe y de la caridad, como entre los ciudadanos, en el ámbito del compromiso civil.

Como cristianos, tenemos la gracia de vivir una estación de relaciones fraternales entre las diferentes Iglesias. En Rumanía, la mayoría de los fieles pertenecen a la Iglesia Ortodoxa, actualmente guiada por el Patriarca Daniel, a quien va mi pensamiento fraternal y agradecido. La comunidad católica, tanto «griega» como «latina», está viva y activa. La unión entre todos los cristianos, aunque incompleta, se basa en el único bautismo y está sellada con la sangre y el sufrimiento sufrido en los tiempos oscuros de la persecución, particularmente en el último siglo bajo el régimen ateo. También hay otra comunidad luterana que profesa la fe en Jesucristo y tiene buenas relaciones con los ortodoxos y con los católicos.

Con el Patriarca y el Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Rumana tuvimos un encuentro muy cordial, en el cual reiteré el deseo de la Iglesia Católica de caminar juntos con la memoria reconciliada y hacia una unidad más completa, que el pueblo rumano invocó proféticamente durante la visita de San Juan Pablo II. Esta importante dimensión ecuménica del viaje culminó en la solemne oración del Padre Nuestro, dentro de la nueva e imponente catedral ortodoxa de Bucarest.

Este fue un momento de fuerte valor simbólico, porque el Padre Nuestro es la oración cristiana por excelencia, patrimonio común de todos los bautizados. Nadie puede decir «Padre mío» o «Padre vuestro»; no: Padre Nuestro, patrimonio común de todos los bautizados. Manifestamos que la unidad no merma la diversidad legítima. ¡Qué el Espíritu Santo nos guíe a vivir cada vez más como hijos de Dios y hermanos entre nosotros! Como comunidad católica celebramos tres Liturgias eucarísticas. La primera en la catedral de Bucarest, el 31 de mayo, en la fiesta de la Visitación de la Virgen María, icono de la Iglesia en el camino de fe y de caridad. La segunda eucaristía en el santuario de Sumuleu Ciuc, meta de muchos peregrinos. Allí, la Santa Madre de Dios reúne al pueblo fiel en la variedad de lenguas, culturas y tradiciones. Y la tercera celebración fue la Divina Liturgia en Blaj, centro de la Iglesia greco-católica en Rumania, con la beatificación de siete obispos greco-católicos, testigos de la libertad y de la misericordia que vienen del Evangelio. Uno de estos nuevos beatos, Monseñor Iuliu Hossu, durante su encarcelamiento escribió: «Dios nos envió a estas tinieblas de sufrimiento para dar el perdón y orar por la conversión de todos». Pensando en las terribles torturas a las que fueron sometidos, estas palabras son un testimonio de misericordia.

Particularmente intenso y festivo fue el encuentro con los jóvenes y las familias, celebrado en IaÅ?i,  antigua ciudad e importante centro cultural, encrucijada entre Occidente y Oriente. Un lugar que invita a abrir caminos por los que caminar juntos, en la riqueza de la diversidad, en una libertad que no corta las raíces sino que ahonda en ellas de una manera creativa. También este encuentro tuvo un carácter mariano y terminó encomendando a los jóvenes y a las familias a la Santa Madre de Dios.

La última parada del viaje fue una visita a la comunidad gitana de Blaj. En esa ciudad, los rom son muy numerosos, por eso quise saludarlos y renovar el llamamiento contra toda discriminación y por el respeto de las personas de cualquier etnia, idioma y religión.

Queridos hermanos y hermanas, demos gracias a Dios por este viaje apostólico y pidámosle, a través de la intercesión de la Virgen María, que dé frutos abundantes para Rumanía y para la Iglesia en esas tierras.

 

 

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